Un Papa que puede cambiar el mundo

JMJ Rio de Janeiro 2013

El Papa Francisco en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida

Un Papa que puede cambiar el mundo

POR ANTONIO BOGGIANO

El Papa Francisco, el Papa “del fin del mundo”, como él se llamó a sí mismo el día de su elección, está dando pruebas inequívocas de su vocación, de su temperamento y de su carisma para inducir grandes transformaciones en el fortalecimiento y propagación de la fe y para cambiar quizá el curso de la historia del mundo.

Su predilección por una “Iglesia pobre y para los pobres” no debe tomarse como una enunciación demasiado programática o romántica. Su definición no es un gesto. Es un acto. Un acto que él despliega como programa eficiente de su gobierno pontificio.

Hizo temblar a la catedral de Rio de Janeiro en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) al llamar a los jóvenes a la lucha no violenta contra las injusticias y la corrupción; a la clase dirigente a empeñarse en más justicia y solidaridad en el mundo y, en particular, a los fieles argentinos a hacer “lío en sus diócesis” a defender sus valores y atención a lo siguiente. El 25 de julio al llegar a la cita en su emblemática nave Fiat Idea enfatizó, subrayó: “Quiero decirles algo: ¿qué espero de esta JMJ? Lío, pero no sólo acá, en Río, sino lío en las diócesis, quiero que la Iglesia salga afuera”. Más que una invitación, fue una exhortación. No se queden quietos. Metan, para decirlo con la palabra papal, “lío”.

Al decir eso, dijo muchísimo. Llamó a inducir una verdadera revolución en paz. En paz, pero con “lío”.

“La realidad puede cambiar, y el hombre puede cambiar”, enfatizó. Y garantizó a los oyentes: “No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes”, palabras que se mezclaban con una algarabía estremecedora. No era para menos. Hubo risas y llanto de alegría. De alegría divina. Como si la fe pudiera cortarse en el aire dulcificada por el Espíritu.

Por las calles hemos de ir del brazo con todos. Con los que piensan muy diversamente a nosotros.

Queriendo a todos. También a nuestros enemigos, si los tuviéramos Yo creo que no tengo ninguno. Pero si los tuviéramos, hemos de caminar con ellos por la calle, digamos, evangélicamente, es decir, tratando de hacerles el bien que podamos.

“¡Qué la Iglesia salga a la calle!”. Sin dudas para defenderse. Y también para defender los valores de la sociedad. Para clamar contra la corrupción que puede producir delitos de lesa patria y humanidad despojando a los pobres jubilados indefensos. Para gritarle a los gobiernos que es cobarde quien hiere al indefenso.

Para forzar al cumplimiento de sentencias judiciales a favor de los jubilados que los gobiernos ladrones no les pagan, dejándolos “medio muertos” y sin ayuda. Esa plata es la sangre de los desposeídos que clama al cielo. Para obligar a que se limpien las aguas podridas de un Riachuelo que mata y apesta porque se han robado la plata para limpiarlo.

Que salgan a las calles para defender a esos pobres de la Iglesia que los gobiernos matan de muchas maneras. Quitándoles el pan de cada día y dándoles paco. El Papa quiere que salgamos a las calles, que son comunes y no del gobierno, para defender a los pobres, a los más necesitados, a los que se encuentran heridos en esas mismas calles y “medio muertos”, sin samaritano que se conmueva y los ayude aunque sea un poco.

¡Tenemos tantos y tantos indefensos y heridos y desamparados por las calles! Por eso el Papa nos pide ir a las calles. A curar o aliviar sus dolores. Tenemos que ir a las calles. Y si alguien, incluso del gobierno, quisiera impedirlo … Entonces ay! Que puede sonar la ira. La ira de Dios que no abandonará a su Iglesia.

El Papa nos invita a ir a las calles para limpiarlas de muertos, de heridos, de hambrientos, de moribundos.

No podemos dejar morir a nadie en nuestras calles.

Y si apestan, llevémoslos a los refugios públicos, si los hay, y si no al posadero a quien tendremos que pagar nosotros.

No creamos que el llamado del Papa es así no más, medio lírico o dulzón. Es un llamado de amor al que ninguno de los fieles o infieles de la Iglesia debería desertar.

Y cuidado que el llamado pontificio también, y especialmente, va dirigido a los obispos, párrocos y sacerdotes de cualquier prelatura o movimiento. Ellos deben organizar verdaderas patrullas callejeras en las que se pondrán al frente para realizar la cura de las calles. Nadie, y mucho menos la jerarquía, está excusado. Queremos verlos ir por las calles como se veía a San Felipe Neri ir por las calles de Roma. Y ojo, ¡qué así sea!

(Copia del artículo publicado en el diario Clarín de Argentina el 30 de julio de 2013)

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