La prudencia

La prudencia

La prudencia es una virtud “especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particularmente en el orden al fin sobrenatural”. (1)
Es una de las cuatro virtudes cardinales que consiste “en discernir y distinguir lo que es bueno o malo en cada uno de nuestros actos, para seguirlo o huir de ello”.

Ya Aristóteles definía a la prudencia con mucha exactitud y precisión, como “la recta precisión en el obrar”. De ahí que sea desacertado asociar a la prudencia con el no hacer o no decir nada, con el elegir situaciones acomodaticias y fáciles. Es un error. Hay que asociarla con el acierto en el obrar, ya que quien obra prudentemente es quien acierta en sus decisiones y quien elige la mejor opción analizando las posibles consecuencias futuras.

La mejor opción a tomar ante cada situación o problema siempre será a la luz de la Verdad y del Bien, ya que Jesús dijo: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida”. Es como si Dios mismo nos dijera: “Síganme, es por acá…de ahí que lo que dios enseña como el verdadero camino (a través de él y de su iglesia) es lo bueno y lo prudente será seguirlo. Lo que no, lo que prohíbe, es y será lo malo para nosotros.

Tampoco hay que asociar a la prudencia con el ser desconfiado de todos y por todo. El dicho: “piensa mal y acertarás” no es propio de un espíritu noble ni es cristiano. Lo noble y lo cristiano es analizar prudentemente con objetividad la situación, el tema a definir o la persona con la que realizaremos un trato antes de tomar una decisión que siempre tendrá consecuencias. Existe en nuestra vida cotidiana una ausencia casi total de la virtud de la prudencia que nos hace meditar primero, analizar y sopesar luego las consecuencias de cada uno de nuestros actos, porque la cultura actual ha despojado al hombre del hábito de utilizar la razón y la inteligencia. Se le ha impuesto a rajatabla el manejarse por los sentidos, por las “ganas”. Es por eso que no entiende esta virtud superior que pertenece al ámbito de la voluntad y de la inteligencia. Sin embargo es la clave para achicar todo margen de error y para la convivencia en paz. La prudencia, que es la madre de las virtudes, es imprescindible en todas las relaciones humanas, de ahí que el nivel de nuestra prudencia marcará el termómetro de nuestra madurez como personas y nos otorgará el modo de ser equilibrado y sereno. Lamentablemente nos limitamos a pensar en ella solamente cuando nos referimos a manejar automóviles, fuera de este concepto, rara vez la palabra prudencia está presente en la filosofa de nuestras vidas. Se asocia por lógica a la prudencia con los adultos y a los jóvenes con la imprudencia (debido a la falta de experiencia). De hecho no siempre es así. Debería ser así…porque los años debieran enseñarnos a sopesar nuestras decisiones con objetividad (por haber comprobado por experiencia que todas nuestras decisiones tienen consecuencias para bien o para mal en mayor o menor grado, no sólo sobre nuestras vidas sino sobre las vidas ajenas). Pero la realidad es que hay jóvenes prudentes en su forma de vivir y comportarse porque son virtuosos y personas mayores que se conducen imprudentemente porque no lo son.

La prudencia es la virtud clave de los gobernantes. Es el juego entre el que sabe y entre el que sabe que no sabe. Hay gente que sabe y no sabe mandar. Gente que sabe mandar y obedecer pero no sabe. Porque no maneja el tema. Tiene que saber pedir consejo. Hay gente que no sabe que no sabe, es el necio y el torpe en el ejercicio del mando. El Bien común de la sociedad depende de la correcta distribución de las funciones del poder. Que el que sepa pueda aconsejar, y que el que manda, quiera preguntar al que sabe. Aunar el poder más el saber qué mandar porque se averigua, “eso” es prudencia. Y esta es la virtud por excelencia del gobernante. Es por eso que la mayoría de los gobiernos que presenciamos van de banquina en banquina, de negociado en negociado, porque las decisiones que se toman no las rige la prudencia sino en general los intereses y negociados personales. Los griegos se harían una fiesta con gran parte de los políticos actuales y los descalificarían en su gran mayoría por su ordinariez, su vulgaridad, su falta de virtudes y por ende su incapacidad.

La mujer necesita ejercitar una doble dosis de prudencia en sus relaciones con los demás ya que de ella depende, en principio, el orden moral y los usos y costumbres de la sociedad. Muchas veces tendrá que privarse de lo lícito (como será por ejemplo, no bajar en la casa de su amiga si ella salió y el marido está solo), en aras de evitar cualquier riesgo de incomodidad en su amiga, y, mucho menos algo más grave (como el inicio de una relación). Esperar a nuestra amiga en su casa si está su marido solo no es ni será pecado, pero si no es necesario hacerlo (debido a una urgencia o imprevisto) no “corresponde” simplemente porque no es prudente pasar por esta situación de intimidad. No todo es pecado, pero prestarle atención a este tipo de comportamiento es lo que nos protegerá de cometer faltas más graves. De estos actos de exquisita prudencia y dominio de sí dependerá el evitar muchos problemas futuros. El único modo de no generar daños morales es no empezar, y para no empezar situaciones que tal vez nos desbordarán, tenemos que dejarnos aconsejar por la virtud de la prudencia, tratando de actuar siempre como “corresponde”.

Dijimos que la persona prudente es la que toma la mejor decisión, en el momento oportuno. No cabe duda de que hay en la prudencia una nota moral. Lo que se debe hacer o decir según la ley de Dios y no cualquier cosa, ni lo que a mí me parece. Incluso lo bueno puede no ser prudente si no se hace en el momento adecuado. Por ej.:

Hacerle una comida muy elaborada a quien queremos, con afecto y dedicación, (es bueno), pero no será prudente si la misma persona está enferma o tiene que bajar de peso por orden médica.
Corregir una falta a quien yerra, (es bueno), pero no será prudente cuando la persona está alterada, cansada o en público, si no es necesario.
Crear una sociedad laboral con un familiar o amigo para ayudarlo, (es bueno), pero no será prudente si conocemos su falta de honestidad que al final destrozará nuestra relación y la de toda la familia.
Elogiar a uno de los hijos por sus logros, (es bueno), pero no será pru-dente hacerlo frente a los que tienen serias dificultades con su baja auto estima.
Decidir estudiar una materia, jugar al tenis, etc, (es bueno), pero no será prudente hacerlo con la novia de mi amigo porque me gusta mucho… y menos pasarle los apuntes que necesita (no en el colegio delante de todos sino a solas en la confitería de la vuelta).
Elegir como grupo de estudio a mis amigos, (es bueno), pero no actuaré con prudencia si son los más vagos del curso.
Tomar un empleado con dudosos antecedentes, (puede ser bueno para darle una segunda oportunidad), pero no seré prudente si le doy cargos de responsabilidad.
Ofrecerme gentilmente a manejar, (es bueno), pero no seré prudente ni responsable si lo hago sólo para lucirme cuando sé que he tomado de más y hay otros que pueden hacerlo mejor.
Permitir que nuestros hijos tengan amigos que piensen distinto, (puede ser bueno para enseñarles a confrontar distintas realidades), pero no será prudente en la primera infancia que es cuando tienen que crecer, formarse y apuntalarse.
Regalar una caja de bombones, (es bueno), pero no es prudente a quien sufre del hígado o insistir en llenarle la copa a quien sabemos que toma de más.
Dejar que los niños jueguen libremente(es bueno), pero no será prudente dejarlos correr alrededor de las hornallas encendidas de la cocina al alcance del mango de la sartén.
Visitar a nuestros amigos o familiares, (es bueno), pero no cuando sabemos que tenemos una enfermedad contagiosa como la conjuntivitis.
Tener un perro, (es bueno), pero, si es de gran kilaje y raza agresiva no actuaremos prudentemente si lo llevamos suelto por la calle, sin mordaza, cometiendo además la injusticia de exponer la seguridad de otros.
Verme con mi novio, (es bueno), pero no es prudente subir a visitarlo si sé que está estudiando solo.
Salir con alguien que conocí en un lugar bailable, (puede ser bueno), pero no es prudente si voy sola, si no sé quién es, ni tengo medios para informarme.
Tener buena relación con mis compañeros de trabajo, (es bueno), pero no es prudente aceptar tomar un café fuera de la oficina con nuestro compañero de trabajo (que es padre de familia y está pasando por una seria crisis en su matrimonio) etc.

Un comportamiento prudente siempre será un comportamiento equilibrado, que tomará decisiones cotidianas y serias, pero siempre midiendo y analizando el margen y sus consecuencias y eligiendo, en base a esto la mejor opción.

Es una actitud prudente rodearse de personas sólidas a quienes poder pedir consejos, o personas capacitadas en distintos temas para reducir los márgenes de error en los distintos frentes que nos presenta la vida. Un buen amigo no necesariamente podrá aconsejarnos en todo ni tiene porqué saber de todos los temas.Habrá que seleccionar para cada materia la persona adecuada que nos habrá hecho ganar su confianza por la manera en que se ha conducido en la vida.

“No consultes, dice el Eclesiástico (37,12) las cosas santas con un hombre sin religión, la justicia con un injusto, la guerra con un cobarde, la gratitud con un envidioso, un trabajo cualquiera con un perezoso: no le hagas caso en ningún consejo. Más sé asiduo en escuchar a un hombre piadoso.” (2) Siempre será una actitud prudente el abrirnos a recibir un consejo de los que saben, mientras que el transmitir todo resuelto sin jamás aceptar un consejo demuestra además de imprudencia, necedad.

El individualismo y el aislamiento de las personas no son buenos. Cuatro ojos, como línea general, siempre ven más que dos… pero claro, estamos pensando en ojos que vean… porque si “un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el pozo” como nos advierte el Evangelio.

Para los temas espirituales y familiares estarán los sacerdotes (habrá que seleccionar uno fiel a la buena doctrina) que nos ayudarán a tomar las mejores decisiones en cada situación, ya que generalmente, en su mayoría, todos estos temas (cuando los profundizamos) tocan el orden moral y espiritual. Moral, porque todos nuestros actos humanos tocan el obrar bien o mal de acuerdo a la ley de Dios. Espiritual, porque según obremos objetivamente bien o mal tendremos problemas de conciencia o no porque habremos o no pecado. Tendremos problemas de conciencia a veces personales y otras sociales, si atañen al Bien Común. Otras veces será el no haber actuado cuando pudimos o debimos. Nuestro cargo de conciencia será entonces, nuestro pecado de omisión.

Entonces, o nos regimos por la prudencia, que es el actuar “aquí y ahora” según lo que es recto y bueno para todos o nos regimos por las “ganas” que son antojadizas, inestables, egoístas y… hasta asesinas… porque muchas veces la gente mata físicamente o espiritualmente porque siente “ganas” de matar… Por último: ¿Quién no sintió “ganas” de matar alguna vez? … Si no hay otro elemento que frene nuestras “ganas” (en todos los órdenes) nuestro accionar será siempre peligroso. Una madre nunca tiene “ganas” de levantarse a medianoche cruzando una casa tal vez helada para cambiar un pañal o alimentar a su bebé. Lo hace porque sabe que dormirá mejor o porque sabe que su hijo tiene hambre. Como así también, lo bueno es visitar a mi abuela aunque no tenga “ganas” porque presiento que ella estará esperando mi visita que le dará tal vez sentido a toda su tarde.

Es necesario destacar la importancia de la prudencia en el hablar en donde cometemos tantísimas faltas de prudencia. Esta es la faceta que atañe a la virtud de la discreción donde nos desordenamos con comentarios fuera de lugar, intransigentes y terminantes que incomodan y podríamos haber evitado. Comentarios y preguntas indiscretas hechas en público sobre temas delicados y privados, elogios a otros ante personas muy susceptibles, inflexibilidad en los juicios cuando hablamos de temas que no merecen la pena.

La intransigencia hay que reservarla sólo para lo que no se puede conceder, que es el terreno de los principios religiosos y morales. Por ej: que la Santísima Virgen no puede ser ofendida públicamente. Que el aborto es un crimen. Que no se puede quebrar impunemente el principio de autoridad. Que las relaciones pre -matrimoniales (y peor las extra-matrimoniales) están prohibidas en la Ley de Dios. Que vivir alegremente en pareja para Dios es concubinato. Que la Iglesia no acepta la anticoncepción. Que la homosexualidad es un pecado contra natura y no es una “opción” más de vida.

La falta de prudencia en el hablar no sólo es por lo que decimos sobre lo que pensamos, sino por lo querepetimos de lo que escuchamos. Muchas veces, corazones desbordados o angustiados nos hacen confidencias que son para ser guardadas bajo llave dentro de nuestro corazón, pero no para ser transmitidas al resto, violando la intimidad ajena.

Mucho peor, muchísimo peor es si dejamos correr lo que escuchamos de una conversación ajena y privada, ya sea porque levantamos un teléfono y nos quedamos escuchando lo que no debíamos, o porque lo oímos del cuarto de al lado o porque la ventana del departamento vecino estaba abierta o porque en el piso de arriba discutían en voz alta.

En una época como la nuestra, en que lo emotivo y lo sensible es lo que prima (porque la revolución anticristiana lo fomenta) y todo está incentivado a que nos manejemos según lo que sentimos, la virtud de la prudencia (que pertenece al reino de la razón y de la inteligencia) no goza de mucha popularidad.

Lo que nos transmite la cultura actual es el manejarnos por el día a día según lo que nos dicten las “ganas” y lo sensible. Hacer lo que nos gusta y rechazar lo que no nos gusta, ese es en general actualmente nuestro timón y consejero.

Nuestra guía debería ser, por el contrario, nuestro juicio final ante Dios. Aquello que nos pesará haber hecho cuando tengamos que enfrentar la muerte será lo malo que no deberemos cometer, y lo que estará en nuestro activo para presentar como buenas obras al final será lo bueno, porque como reza el sabio refrán:“Al final de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada…”

Notas:
(1) “Teología de la perfección cristiana”. p. Royo Marín. Editorial Bac. pág. 540.
(2) (2) “Pureza y juventud”. Monseñor Tihamér Toth. Ediciones Gladius. Pág. 84.

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