LA PACIENCIA

LA PACIENCIA

La paciencia, hija de la fortaleza, es la virtud “que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento del corazón los padecimientos físicos y morales” (1)
“La paciencia es una virtud que nos dispone a soportar sin tristeza, sin abatimiento, sin alteración de espíritu los males que caen sobre el hombre. Es una virtud necesaria. La tierra es el valle de lágrimas para todos. Los jóvenes fácilmente se crean en su imaginación un mundo de color de rosa: todo placer, toda alegría. Los años van diciendo todo lo contrario. A las puertas de todos va llamando día tras día el ejército innumerable de sufrimientos físicos: enfermedades, incomodidades, privaciones, la vejez con sus dolencias, la muerte con sus dolores. Y con ellos los sufrimientos morales más numerosos, más persistentes: inquietudes, zozobras, contratiempos, injusticias, ingratitudes, desatenciones, pérdidas de personas queridas. Los sufrimientos de la conciencia: remordimientos que acompañan a nuestras faltas; perplejidades en los momentos difíciles de la vida ante el temor de acertar o equivocarnos en una elección transcendental. Inquietudes sobre el estado de nuestra alma.

Todos los hombres tenemos que sufrir; pero unos tienen la virtud de la paciencia y sufren con provecho; otros no la tienen y sufren con perjuicios para su alma.

La paciencia es una virtud que todos deberíamos tener, porque todos tenemos que sufrir; y, sin embargo, es una virtud que escasea mucho en la tierra. Es que presupone la existencia de otras virtudes muy importantes. Presupone la fe y fe viva, para ver en todo las disposiciones divinas.
Presupone la esperanza de que nuestros sufrimientos hayan de tener una recompensa eterna.
Presupone el amor a Dios, a quien se quiere servir y agradar en todo: en la prosperidad y en la adversidad.

Presupone la fortaleza pues la paciencia no es más que una manifestación de ella.
Cuanto más arraigadas estén en el alma estas virtudes, florecerá con más vigor la virtud de la paciencia.
Virtud divina. Todos los santos nos han dado ejemplos admirables de paciencia; pero el que nos da mayores ejemplos es el mismo Dios. ¡Qué paciente es Dios con el hombre! ¡Cuántos beneficios le hace y cuánto desagradecimiento recibe por ellos!… Para sufrir con paciencia tenemos que conocer los bienes que se nos siguen de ello.

El sufrimiento sobrellevado con paciencia tiene valor expiatorio. Si unimos nuestros sufrimientos a los de Cristo, les damos un valor expiatorio. Expiamos con ellos nuestras faltas. Tanto como tenemos que expiar. Aunque se nos perdone la culpa, tenemos que pagar la pena del pecado. La pagaremos ciertamente en el purgatorio. Podemos expiar también los pecados ajenos. Nos asociaríamos a la obra redentora de Jesucristo. Expiaríamos los pecados de nuestros parientes y del mundo entero. Nuestra expiación llegaría hasta el mismo purgatorio. Los sufrimientos llevados con paciencia son un gran apostolado. Cómo edifica a todos el ejemplo de una persona muy atribulada que lleva con paciencia heroica sus padecimientos!…

En la paciencia, como en todas las virtudes, cabe mayor o menor perfección. Es paciencia sufrir con resignación. Someterse a la mano de Dios que hiere, sin murmurar, sin quejarse, ni rebelarse interiormente. La pasión protesta, pero la voluntad la hace callar. Es paciencia más perfecta el abandono en la voluntad divina. Se ofrece el alma a recibir lo que Dios la envíe. Todavía hay una paciencia más perfecta: recibir con alegría los sufrimientos que envía Dios.” (2)

La paciencia que hemos tenido en leer este texto hasta terminarlo es lo que nos hará poder comprenderlo. Esta virtud, derivada de la fortaleza, nos ayudará a paliar la tristeza para no decaer ante los sufrimientos físicos y espirituales propios de la vida. Las contrariedades son un entrenamiento espiritual para mantenernos en estado de lucha, ya que un combate es la vida del hombre sobre la tierra y no otra cosa. Aunque la paciencia sea una virtud que se presenta sin brillo y silenciosa porque aparentemente no luce, es muchas veces, (por eso mismo), una virtud heroica.

La diferencia entre la paciencia y la fortaleza es que la paciencia nos ayuda a sobrellevar males menores, inherentes a la vida diaria, que nos producen tristeza y agobio (porque a veces tardamos en ver los resultados) como los defectos del prójimo en la convivencia diaria. La paciencia nos hace fuertes, desarrolla nuestra fortaleza. En cambio, la fortaleza nos ayuda a soportar males mayores, incluso el martirio o la muerte. Toda la vida cotidiana es un aprendizaje de paciencia. Tiene que ver con el saber esperar, con la resignación sin quejas ni impaciencia ante las cruces y mortificaciones diarias, con la paz y la serenidad ante esas mismas penas. Tiene que ver con el saber escuchar y soportar a veces una conversación que nos resulta interminable, en esperar media hora en el auto a una persona que nos dijo que estaría lista enseguida, el colectivo que se demora, las dificultades en el trabajo, en las relaciones familiares. En lo desgastante que será muchas veces el enseñar a otro un oficio o una tarea. En el educar a los hijos contra toda corriente anticristiana. En la paciencia que nos requiere toda la vida que empieza (la crianza diaria de los hijos) y la vida que declina (con sus limitaciones físicas como el no ver bien, el no oír, el no poder caminar o vestirse solo y necesitar ayuda, et.)

Debemos ser pacientes para poder respetar nuestro turno en la fila como corresponde aunque se nos haga interminable, para escuchar varias veces el mismo cuento, (por amor, cariño y respeto) para no abrir la puerta del horno hasta que la torta se cocine, (o no comerla cruda por no poder aguantar). Para no pellizcar de la fuente todo el tiempo antes de la hora de la comida, (y no andar picoteando todo el día o comiendo por la calle). Para poder controlarse para verse con la amiga, el novio o la novia sin estarse mandando a cada hora mensajitos por teléfono que quitan todo el sabor a la expectativa del encuentro. Las personas que tienen paciencia saben esperar con calma a que las cosas sucedan, ya que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de uno, hay que darles el tiempo necesario, (como que adelante la fila de personas que estaban primero que nosotros, la torta en el horno para cocinarse, la hora de la comida dispuesta por la dueña de casa o la prevista para encontrarnos con alguien).

Lo que no se puede evitar, (como un familiar difícil, un marido con mal carácter, un hijo descarriado, un matrimonio equivocado de un hijo o un alumno que no aprende porque no le pone interés al estudio), hay que soportarlo con paciencia. Es un rasgo de una personalidad virtuosa y madura. Para que el hombre no se detenga y no se deje vencer por la depresión y la opresión que le produce la tristeza, le hará falta la paciencia que, según la gran Santa Teresa “todo lo alcanza”. Comprender el sentido del sufrimiento cristiano y su valor ante Dios, es lo que calmará nuestra inteligencia cuando se vea contrariada por tantas situaciones que alteran nuestros planes, que nos contradicen en el diario vivir. Siempre será digno de alabanzas el que el hombre soporte con paciencia las propias injurias y mortificaciones de la vida diaria y no reaccione como una fiera. Por el contrario, será de suma impiedad tolerar pacientemente las injurias y las ofensas hechas contra Dios, las películas blasfemas, las muestras de arte que lo burlan y las leyes que lo atacan.

Los dos vicios opuestos a la paciencia son: la impaciencia (por defecto), que se manifiesta al exterior con quejas, murmuraciones y expresiones de ira. Y la insensibilidad o dureza de corazón Esta última no es virtud sino falta de sentido humano y social, ya que permanecemos impasibles porque nadie nos preocupa ni nada nos inmuta.

El cuadro psicológico de la época es el del individualismo exacerbado (que a nadie ni a nada soporta) y la persona transita por la vida como un elefante en un bazar, destrozando afectos y personas a su paso, aún sin darse cuenta. Es por ello que al hombre actual le cuesta mucho que se le hable de paciencia frente a la contrariedad, porque el no la enfrenta sino que, a falta de virtud (como el respeto, la puntualidad, la generosidad o la responsabilidad) la genera para que otros la tengan con él.

Notas:
(1) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág. 592.
(2) “Luz”. Juan Rey, S. J. Editorial Sal Terrae. Tomo II. Pág. 649

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