El sentido de la oración y el ayuno

«…La Cuaresma, que se inicia con el austero y significativo rito de la imposición de las cenizas, constituye un momento privilegiado para intensificar un compromiso de conversión a Cristo. El itinerario cuaresmal se convertirá, de este modo, en ocasión propicia para examinarse a sí mismos con sinceridad y verdad, para volver a poner en orden la propia vida, así como las relaciones con los demás y con Dios. «Convertíos y creed en el Evangelio» (Marcos 1, 15). Que en este exigente camino espiritual nos apoye la Virgen, Madre de Dios. Que nos haga dóciles a la escucha de la palabra de Dios, que nos empuja a la conversión personal y a la fraterna reconciliación. Que María nos guíe hacia el encuentro con Cristo en el misterio pascual de su muerte y resurrección.» (Juan Pablo II, Ángelus 22-2-2004)

ORACIÓN

Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre el «fiat» e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su Amor. A Jesús todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. R/.Amén.

(Oración de la cuarta estación del Via Crucis del año 2000)

El sentido de la oración y el ayuno

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy, Miércoles de Ceniza, la liturgia dirige a todos los fieles una intensa invitación a la conversión con las palabras del apóstol Pablo: «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2Corintios 5, 20). La Cuaresma es el tiempo espiritualmente más propicio para acoger esta exhortación, pues es tiempo más intenso de oración, de penitencia y de mayor atención a los hermanos necesitados. Con el rito de hoy de la imposición de la ceniza, nos reconocemos pecadores, invocamos el perdón de Dios, manifestando un sincero deseo de conversión, Comenzamos así un austero camino ascético, que nos llevará al Triduo pascual, corazón del Año Litúrgico.
2. Según la antigua tradición de la Iglesia, todos los fieles están obligados el día de hoy a abstenerse de comer carne y a observar el ayuno, a excepción de aquellos que tengan impedimentos por motivos de salud o de edad. El ayuno tiene un gran valor en la vida de los cristianos, es una exigencia del espíritu para relacionarse mejor con Dios. De hecho, los aspectos exteriores del ayuno, si bien son importantes, no explican totalmente esta práctica. A ellos se les une un sincero deseo de purificación interior, de disponibilidad para obedecer a la voluntad divina y de afectuosa solidaridad hacia los hermanos, en particular los más pobres.
Existe, además, una profunda relación entre el ayuno y la oración. Rezar es ponerse a la escucha de Dios y el ayuno favorece esta apertura del corazón.
3. Mientras entramos en el tiempo de Cuaresma, no podemos dejar de tener en cuenta el actual contexto internacional, en el que se agitan amenazadoras tensiones de guerra. Es necesario por parte de todos una consciente toma de responsabilidad y un esfuerzo común para evitar a la humanidad otro dramático conflicto. Por este motivo, he querido que este Miércoles de Ceniza fuera una Jornada de oración y de ayuno para implorar la paz en el mundo. Ante todo, tenemos que pedir a Dios la conversión del corazón, en el que se arraiga toda forma de mal y todo impulso hacia el pecado; tenemos que rezar y ayunar por la pacífica convivencia entre los pueblos y las naciones.
Al inicio de nuestro encuentro hemos escuchado las alentadoras palabras del Profeta: «No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (Isaías 2,4). Y añade: « Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas» (ibídem). Por encima de los grandes acontecimientos de la historia está la soberana presencia de Dios, que juzga las decisiones de los hombres. Dirigimos nuestro corazón a Él, «juez entre las gentes» y «árbitro de pueblos numerosos» (Cf. ibídem), para pedir un futuro de justicia y de paz para todos. Este pensamiento nos debe estimular a cada uno de nosotros a continuar en una incesante oración y en un concreto compromiso por construir un mundo en el que el egoísmo deje lugar a la solidaridad y al amor.
4. He querido volver a plantear también la invitación apremiante a la conversión, a la penitencia y a la solidaridad en el
Mensaje para la Cuaresma 2003, y que tiene por tema la bella frase tomada de los Hechos de los Apóstoles «Hay mayor felicidad en dar que en recibir» (Cf. 20,35).
Viéndolo bien, sólo si nos convertimos a esta lógica podemos construir un orden social que no está caracterizado por un precario equilibrio de intereses en conflicto, si no en una justa y solidaria búsqueda del bien común. Los cristianos, como fermento, están llamados a vivir y a difundir un estilo de gratuidad en todo ámbito de la vida, promoviendo de este modo el auténtico desarrollo moral y civil de la sociedad. He escrito en este sentido: «Privarse no sólo de lo superfluo, sino también de algo más, para distribuirlo a quien vive en necesidad, contribuye a la negación de sí mismo, sin la cual no hay auténtica práctica de vida cristiana» (
Mensaje para la Cuaresma 2003, 4).
5. Que esta Jornada de oración y de ayuno por la paz, con la que comenzamos la Cuaresma, se traduzca en gestos concretos de reconciliación. Desde el ámbito familiar hasta el internacional, que cada quien se sienta y se haga responsable de la construcción de la paz. Y el Dios de la paz, que conoce las intenciones de los corazones y llama a sus hijos promotores de paz (Cf. Mateo 5, 9), no dejará de ofrecer su recompensa (Cf. Mateo 6, 4.6.18).
Confiamos estos auspicios a la intercesión de la Virgen María, Reina del Rosario y Madre de la Paz. Que nos lleve de la mano y nos acompañe durante los próximos cuarenta días, hacia la Pascua para contemplar al Señor Resucitado.
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